Nos ha sorprendido el impresionante recopilatorio de identidades gráficas de las campañas electorales estadounidenses que Logoblink ha recopilado desde el año 1960 hasta 2008 (es decir, desde los tiempos de Nixon hasta la época de Obama o Clinton). Este viaje en el tiempo de nada menos que 40 años demuestra una evidencia: el universo gráfico de la política estadounidense es muy limitado.
Podemos decir que hay cambios en el tono del azul, en las curvas, en… Pero casi todas las imágenes utilizan de forma muy recurrente el color de la bandera, las estrellas, el águila, y el año de las elecciones. Hay muy poco más, y no deja de sorprender que sea una receta que se repite cada cuatro años de forma tan cerrada. Uno de los que más se distingue del listado es el púrpura de Muskie (1972), pero poco más.
¿Cuáles deben de ser las razones de esta estrechez gráfica? Por ejemplo, si en 1988 había hasta 10 logotipos que empleaban el blanco este año 2008 casi todos optan por el azul, por otra parte en tonos bastante similares.
¿Qué tiene que ver esta estrategia con la diferenciación que se exige al branding? Sorprende porque el branding asegura que la diferenciación es un activo que facilita la competitividad, y en este caso parece que es justo lo contrario. Si posicionarse significa no tanto crear algo nuevo sino desarrollar una determinada percepción en la mente de las audiencias, parece que la política estadounidense opta por lugares comunes para no provocar rechazos.
Y sorprende más que uno de los candidatos que se presenta fuera de los dos partidos mayoritarios, Ralph Nader (activista y abogado estadounidense que ha trabajado durante décadas cuestiones como el medio ambiente y los derechos del consumidor) elija el verde como recurso rupturista. ¿O no sorprende?